"Habría que instar a Marruecos y a España a firmar un convenio que garantizara, primero, la protección y educación de esos menores y, segundo, el compromiso de respeto legal a las peculiaridades de la kafala por parte de las autoridades extranjeras"
16/06/2013 - Autor:
YCadelo
- Fuente:
Webislam/ Redmusulmanas
No es fácil opinar sobre una institución tan delicada como la
kafala o
acogimiento islámico cuando uno conoce de cerca a muchos de los chicos y
chicas que esperan el momento de salir de la institución en la que
siempre han vivido. Por todo Marruecos existen centros públicos o en
manos de ONG´s donde conviven, estudian y crecen todos esos niños que
fueron abandonados al nacer y de los que nadie se hizo cargo jamás. Allí
permanecerán hasta los ocho años de edad, momento en que se trasladarán
a otro tipo de instituto público si es que ninguna mujer o matrimonio
se ha hecho cargo legal de ellos.
Estos chicos tienen rostros y nombres: Aisha, Mustapha, Rachid… nombres
y apellidos que se eligen al azar en el juzgado de menores bajo cuya
tutela se encuentran. De vez en cuando aparece por el centro una mujer
soltera, un matrimonio que no puede tener hijos o que los tuvo y ya
crecieron. Casi siempre vienen buscando una niña –creen que darán menos
problemas-. Por supuesto se encaprichan con la más alegre y cariñosa y
–esto es inevitable- con la más bonita. Solicitan la
kafala o
acogimiento permanente al juez tutor, demuestran sus ingresos, que no
tienen antecedentes penales, que gozan de salud, que son musulmanes, que
están legalmente casados… y se comprometen al cuidado material y
espiritual del
makful (el menor) igual que lo haría un padre
con un hijo. No se trata de una adopción. El niño mantendrá su nombre y
apellidos (aunque estos procedan de una elección aleatoria del Registro
Civil); no se le ocultará nunca su ascendencia ni su biografía. Y
mantendrá relación con su familia biológica, si la tiene. Las
autoridades marroquíes controlarán que el
kafil (titular de la
kafala)
cumple con sus obligaciones legales. Y si este vive en el extranjero,
serán las autoridades consulares las que velen por el cumplimiento de
las mismas.
Todo parece sencillo. Todo podría ir bien así. Sin embargo ha venido
sucediendo (y de manera no oculta) que muchos de esos extranjeros (y,
sobre todo, españoles) que acogieron a un niño en Marruecos en régimen
de
kafala solicitaron después a sus tribunales de justicia una adopción
ex novo.
La obtuvieron, cambiaron el nombre del niño (por uno no musulmán) y sus
apellidos (por los de ellos, los adoptantes) y, como era previsible, no
hicieron nada por educarlo en el islam. De hecho, la conversión al
islam y el matrimonio islámico que acreditaron cuando instituyeron la
kafala
en Marruecos fue fingida, un fraude de ley. El consulado marroquí, ante
el incumplimiento de las obligaciones contraídas en Marruecos en el
momento de la institución de la
kafala, ya no puede amonestar ni revocarla. Así, la ley del país del
makful (que merece el respeto de las autoridades españolas al no ser contraria a nuestra Constitución) ha sido pisoteada. La
kafala
(reconocida en el Convenio de los Derechos del Niño de la ONU de 1989
como una medida de protección del menor) ha quedado así pervertida,
rescindida y metamorfoseada en otra institución, la adopción, prohibida
en el ordenamiento de casi todos los países de cultura islámica (por
razones que exceden las pretensiones de este artículo).
Marruecos tenía conocimiento de esta situación, y venía advirtiendo
desde hace tiempo de que tomaría medidas para evitarla. Cada vez era más
evidente que el
kafil islamizado, aún con testigos y papeles, era un fingidor. Y que el
makful,
una vez que abandonaba Marruecos con un visado de reagrupación familiar
y la autorización especial del juez, no volvía a escuchar un
adhan. La ley marroquí, en principio, obliga a
kafil y a
makful
a residir en Marruecos. Y prohíbe que se establezcan entre uno y otro
vínculos de filiación. Lo que las leyes marroquíes anuncian ahora es
que, para evitar ese
fraude, las
kafala tendrán que
constituirse en Marruecos por quienes residan en Marruecos (excluyendo
expresamente los marroquíes que trabajan en el extranjero) y lleven
haciéndolo más de cinco años.
Las cosas se venían haciendo así, bien o mal, desde hace tiempo. Pero
esta inercia se ha visto sorprendida por un cambio brusco en la
legislación marroquí. No se trata esta de una sola cuestión jurídica, de
conceptos e instituciones. Es una cuestión terrible que afecta al
corazón de unos padres que ya se creyeron con un “hijo” o una “hija” y
que ahora ven cómo se desvanecen sus legítimas pretensiones. Y, peor
aún, afecta a unos niños y niñas que tienen el derecho a la protección,
el cuidado y la educación.
No estoy personalmente obligado a expresar una opinión sobre el nuevo posicionamiento de Marruecos frente a las
kafala
internacionales. Pero, si tuviera que hacerlo, diría que hay que
corregir y regular todavía muchas materias. Marruecos debe establecer un
mecanismo de asignación
kafil-makful que garantice la
protección de los casos más urgentes e impida a los potenciales tutores
la elección directa y personal del niño o niña, ni por sexo ni por edad.
Y debe restringir, de acuerdo a la experiencia de la sicología
afectiva, cualquier contacto entre
kafil y
makful antes de que se dicte sentencia sobre
kafala.
Sólo esto ya evitaría muchas tragedias personales. En segundo lugar, es
preciso añadir que nadie tiene el derecho de burlar la legislación de
un país (no contraria a los derechos y libertades de la persona
internacionalmente reconocidos) por muy noble que sea el fin que se
persigue. Los servicios sociales españoles deben, por tanto, disuadir
del intento a quienes no cumplen con los requisitos que exige la
legislación marroquí sobre
kafala (me consta que se hace y que la mayoría de las solicitudes de idoneidad para la
kafala
son denegadas). La experiencia ya nos ha demostrado las fatales
consecuencias que tiene, en este y otros ámbitos, el engaño y la
falsificación. Y, por último, habría que instar a Marruecos y a España a
firmar un convenio que garantice, primero, la protección y educación de
esos menores por parte de quienes tienen capacidad para ello y cumplen
ciertamente los requisitos establecidos (independientemente de su
nacionalidad o país de residencia), y segundo, el seguimiento de las
autoridades marroquíes a la institución de la
kafala, con el compromiso de respeto legal a la misma por parte de las autoridades judiciales españolas.
No soy ajeno al dolor de esas parejas que ven desvanecerse ahora las
posibilidades de tener un hijo. No podemos juzgarlas. Su sufrimiento
merece todo nuestro respeto. Muchas de ellas, además, habrán obrado de
buena fe y estaban decididas a cumplir con las exigencias materiales y
espirituales de la
kafala. Y, mucho menos, soy ajeno a la
tribulación de los niños que ya soñaban con un hogar, unos padres, unos
hermanos… Aisha, Rachid, Mustapha son niños de verdad, que ríen y
lloran, que no han conocido el calor de un hogar. Son niños con los que
he jugado muchas veces y a los que he llevado a la playa de excursión.
Si nadie hace nada por ellos pasarán a un internado público, con
niños de la calle, pequeños delincuentes, y es muy probable que nunca lleguen a tener futuro de provecho.